¿Y QUÉ PASA CON LA T?
- Frontera Blog
- 28 jun 2020
- 9 Min. de lectura
Sara Uribe Cortés
Una reseña sobre The death and life of Marsha P. Johnson y de cómo se marchitan las flores de nuestra comunidad.

Título: The death and life of Marsha P. Johnson. (La vida y muerte de Marsha P. Johnson)
Director: David France.
Año de publicación: 2017.
Duración: 1h 45m
Productores: David France, Kimberly Reed, L.A. Teodosio.
Portada del documental. Foto de Marsha con una corona de flores
y sonriendo.
Nacida como Malcom Michaels el 24 de agosto de 1945 en Elizabeth, New Jersey, Estados Unidos, no resulta nada fácil describir a Marsha Pay no mind Johnson, empezando por su identidad y expresión de género. La llamada madre de la comunidad LGBTIQA+ era homosexual y se identificaba como drag queen y travesti, término que denota un género personal y político al ser recuperado por sectores de la comunidad de las garras de la prostitución y la insania para hacer referencia a su inconformidad con el binarismo sexual y en últimas un marcado activismo. En definitiva Marsha, más allá del vocabulario sexual que se tenía en la época y del que tenemos ahora, fue una activista marica aguerrida a la que debemos la organización y compactación de nuestra lucha conjunta. Su devenir y abrupta muerte son el eje principal del documental estadounidense The death and life of Marsha P. Johnson, disponible en Netflix. Espero hacerle justicia con estas palabras, porque le estoy eternamente agradecida.
Es siempre preferible cuando se habla de una personalidad tan querida e importante históricamente hacerlo con la agudeza y amor de una cirugía a corazón abierto: se pretende esclarecer la truculenta muerte de una pionera en las manifestaciones LGBTIQA+, una paciente VIH positiva, quien terminó un 6 de julio de 1992 flotando en el río Hudson con suicidio como el único motivo investigado; se echa renovada sal en heridas antiquísimas con la esperanza de explicar el fallecimiento de un ser tal y, de paso, recordar su trabajo, vida, las personas con quienes enfrentó los Homofóbicos, Transfóbicos, Bifóbicos Estados Unidos de América. Victoria Cruz, activista y consejera para casos de violencia doméstica en el Anti-Violence Project de Nueva York, decide investigar por su cuenta el caso irresuelto durante 25 años de Marsha P. Johnson, y de inmediato la vemos buscando entre viejos archivos, consultando a medicina forense por la necropsia completa de Marsha, comunicándose con su familia y con antiguas amistades de esa época agitada y caótica de finales de los sesenta hasta finales de los setenta. Primeramente se reúne con uno de los más grandes amigos de Johnson, Randy Wicker, un hombre devoto a la memoria de la vida y obra de su adorada amiga. Y es que al ver el homenaje desbordante en honor a Marsha que Wicker hace de su hogar, una presiente la importancia de esta mujer en su vida.
Marsha empezó a vivir por su cuenta en las calles a sus tempranos 17 años, y ni siquiera la fama nacional e internacional le impidieron verse sin un hogar estable o un trabajo más que el sexual en varias ocasiones a lo largo de su vida. Experimentó la pobreza y la adicción de primera mano, y en 1970 el impacto de una bala la dejo con secuelas mentales a las que no se hace mucha referencia en el documental, pero que se entrevé en su dificultad al final para tener una conversación larga de manera seguida y coherente. Drag queen sin presupuesto, con flores en su cabello y travestida a mediodía cuando aquello era ilegal, todos las recuerdan generosa y carismática, su sonrisa decorada de colorete rojo cruzándole la cara de cabo a rabo sin esto suavizar por un momento sus motivaciones políticas. Desde el levantamiento de Stonewall el 28 de junio de 1969 no dejo de abogar por los sectores más marginales de la comunidad: los habitantes de calle, las trabajadores sexuales, los travestis, las drag queens, los inmigrantes, los afroestadounidenses y los pacientes de VIH. Esa madrugada de 1969, el famoso bar gay en Greenwich, Nueva York, Stonewall Inn, sufrió un redada muy especial, una por completo ajena a los dueños mafiosos del antro que en general eran avisados, y que encendió un enfrentamiento con la policía (la cual arbitraria y frecuentemente irrumpía en estos espacios para arrestar a las chicas con más de tres prendas masculinas o a los hombres disfrazados, según ellos, de mujer, y además golpearles, intimidarles, abusar de su vulnerabilidad) que al día siguiente inició el movimiento de liberación gay. Marsha estuvo a la cabeza en estos enfrentamientos y las posteriores marchas, junto a su compañera de lucha y amiga íntima Sylvia Rivera. Rivera fue una mujer trans, drag queen y activista de ascendencia venezolana y puertorriqueña, con la nariz igual de severa que su personalidad, cercana a Marsha desde los doce años de edad y una líder para la comunidad drag, las personas trans sin techo, los movimientos en contra de La guerra de Vietnam, en pro de los derechos civiles y feministas, y de los derechos de los afro e hispánicos. Su mano tiró ladrillos y escupió improperios en la noche del 28, y junto a Marsha fundó en 1970 la organización S.T.A.R. (Street Transvestite Action Revolutionaries), un refugio para los migrantes, BIPOC, drags, trabajadoras sexuales, y jóvenes sin techo que encontraban comida, ropa, y auxilio en la 213 East 2nd Street.
A nadie le importaba el fallecimiento de un supuesto miembro indeseable de la sociedad, y por esta indiferencia de antaño Victoria no puede seguir en un punto del documental con la pesquisa. No hay más testigos, ni más pistas, ni más recursos.
La producción hacer un recorrido por estos momentos en la vida de Marsha mediante material fotográfico y video disponible, y algunas imágenes o entrevistas inéditas. Este regreso gráfico al pasado se entrelaza con las conversaciones y encuentros de Cruz en su indagación, que la llevan a llamar a desinteresados y humillantes exagentes de la comisaría 6 (la primera encargada de investigar la muerte de Marsha) quienes nunca parecieron estar interesados en ser de ayuda; encontrarse con amigos de la difunta como Kitty Rolo; insistir al departamento de medicina forense por el crucial acceso a la necropsia total, teniendo en cuenta que a la familia se le negó injustificadamente ver el cuerpo de Johnson para despedirse de ella y procesar su duelo. Cuando le indican que no han podido localizar los archivos necrópsicos, Cruz vuelve a revisar llamadas telefónicas, testimonios audiovisuales, toda pista que tiene a la mano, y se encuentra con una amenaza a Randy Wicker que le exige se aleje de Ed Murphy, Red Mahoney y Jacques Garon, organizadores de un festival LGBTIQA+ en la calle Christopher que Wicker denunció de tener lazos con la mafia. Se encuentra un videoclip en que Marsha dice estar muy angustiada porque la perseguía la mafia, the mob, darling, y algunos testigos afirmaban haber visto dos hombres intimidantes la noche del cuatro de julio acercársele, lo cual coincidiría con la teoría de que pudo ser su muerte un ajuste de cuentas de la mafia que tenía tanto poder en los establecimientos y eventos importantes para la comunidad. Sin embargo, la nimia investigación en el momento casi que imposibilita encontrar nuevas pistas, y aunque Cruz obtiene un testimonio de alguien que asegura haberla visto muy alterada la madrugada del cinco de julio, cuando por fin revisa un experto la necropsia no encuentra nada que sea sugerente de una muerte violenta. Pudo haber alucinado, pudo alguien estarla persiguiendo y asustada ella caer al río, pudo haberse tropezado por el mal estado del muelle, quizá, solo quizá por su frágil estado mental pudo haberse quitado la vida. Pero es que la muerte de un ser como Marsha P. Johnson debió haber ameritado la más concienzuda indagación por parte de la policía. Nadie debió haber dormido hasta identificar e interrogar sospechosos, millones de queers debieron romper las ventanas de ser necesario para demostrar su respaldo. Si fue un accidente, si fue una persecución con destino fatal, si fue un asesinato, el ajetreo institucional tuvo que haber sido insoportable, y no simplemente con un chasquido de dedos determinar que fue un suicidio porque claro, un maricón negro e indigente debe tener muchas razones para acabar con su vida. Conclusión infinitamente apresurada cuando el contexto del momento es que aparecían muertas en las calles trannis como envoltorios de plástico olvidados. A nadie le importaba el fallecimiento de un supuesto miembro indeseable de la sociedad, y por esta indiferencia de antaño Victoria no puede seguir en un punto del documental con la pesquisa. No hay más testigos, ni más pistas, ni más recursos.
La charla entre Victoria y una alta funcionaria del Anti-Violence Project sobre si se pueden invertir tantos recurso y tiempo en un caso de décadas atrás cuando hay en la actualidad cientos de familias que necesitan apoyo psicosocial al haber perdido a alguien a manos de la discriminación de género y/o de orientación sexual pone de manifiesto que las cosas no han avanzado lo suficiente desde ese 6 de julio. Vemos cómo transcurre el juicio, paralelo a la investigación, del asesino de una mujer trans por supuesto pánico al descubrir la transición que ella había experimentando, no siendo a sus ojos una mujer de verdad a quien estaba lanzando piropos inoportunos, y así acabando con su vida ya que no nació con pene. La muerte violenta de una mujer debido a que un joven se sintió atacado por su identidad de género que no le permitía acosarla convenientemente; un muchacho que sintió su ego de machito en riesgo y solo por esto tomo en sus manos lo más sagrado que conocemos: la vida de otro ser humano. La corta sentencia que se le asigna y la poca concurrencia de la ciudadanía en el juzgado refuerzan la idea de que aún ahora, siglo XXI e imperio de los maricas con ideología de género, los cuerpos inertes de personas trans pueden encontrarnos en las frías calles y no nos importa realmente. Los criminales salen bien librados, y el resto de la comunidad LGBTIQA+ enmudece, y todo el mundo se resiste a admitir la marginalización estructural de los individuos trans, travestis, de las drag queens, de quienes juegan, retan, van más allá del binarismo sexual.
¿Y qué pasa con la T? ¿Por qué en la marcha del orgullo gay de 1973 los organizadores del evento en New York no querían que Sylvia Rivera hablase públicamente, y los manifestantes la abuchearon? ¿Por qué no se reconoce ni siquiera hoy en día que para muchas personas trans y drag queens su identidad y expresión de género es sinónimo de un mayor riesgo a caer en la pobreza, tener problemas con las drogas, condiciones mentales perjudiciales, o recurrir a un trabajo sexual sin garantías? ¿Qué nos parece tan erróneo y molesto de estos seres que están haciendo o han hecho una transición en sus vidas? La investigación de Cruz se estrella con un muro después de la revisión forense, y el documental igual de cierta manera. No se pudo resolver el motivo de la imprevista muerte de Marsha Pay no mind Johnson, no hay más videos de ella cantando como una urraca ni mostrando sus abrigos de piel, muy seguramente falsos, en un apeñuscado apartamento neoyorkino. Sin embargo, la producción nos ofrece seguir a su cómplice, a su amiga y compañera en el campo de batalla, Sylvia Rivera. No es un final de cuentos de hadas porque siempre estos se les niega a los maricones e inventados.
Sylvia con la noticia del fallecimiento de Marsha se abandona a la bebida y termina viviendo en un inquilinato a la orilla del río Hudson, su río Jordán que se suponía cruzaría con ella no importaba qué. Con decenas de otros invasores es desalojada del lugar y despojada de lo poco que le queda. Ronda en las calles un buen tiempo, no es extraña a estas circunstancias, y el mundo la cree muerta hasta que en la Transy House, Brooklyn, la hospedan, le dan alimento, refugio y dinero tal cual ella había brindando en S.T.A.R años atrás. Es aquí donde encuentra una estabilidad que le permite encontrar trabajo en una iglesia, de todas las personas, ella, Sylvia Rivera, con las llaves de una iglesia; además de disfrutar del matrimonio y reafirmarse como una voz líder en la liberación y dignificación de la comunidad LGBTIQA+. Viejos videos y fotos descoloridas con cierto sosiego nos guían a su muerte en 2002 por cáncer hepático, y ya sin Marsha ni Sylvia ni a quién interrogar, mucho menos quien la escuche, Victoria Cruz entrega todo el material que ha recopilado al FBI y espera junto al río Hudson. Quizá alguien, algún departamento u oficina se ponga manos a la obra, tal vez se rescate del aparente olvido a la madre, drag queen, activista, artista, modelo de Andy Warhol, santa Marsha P. Johnson.
El trabajo de fotografía, la narrativa y el estilo del documental no son innovadores ni particularmente bellos. No es una producción creativa ni despampanante en cuanto a lo cinematográfico, pero relata una historia tan potente y tan significativa que destaca en la actual sobrepoblación de documentales y series documentales gracias a las nuevas plataformas de streaming. Es la vida, obra y trabajo de Marsha P. Johnson, de Sylvia Rivera, de Victoria Cruz, de Randy Wicker, de todas las drag queens, travestis, transgénero, lesbianas, gays, bisexuales, indefinidos, migrantes, afro, hispanos y personas sin hogar que estuvieron a la vanguardia de la liberación gay y lo que sería la reivindicación de los derechos humanos de los individuos no heteronormativos lo valioso de este film. Es cierto que hubiera complementado la grandeza de estos personajes una mayor, más refinada, más ingeniosa y detallista elaboración cinematográfica. Pese a esto, es prioritario mostrar en escuelas, talleres, cafés, espacios culturales y en los mismos hogares documentales de este tipo, que recuperan personalidades de valor trascendental para la sociedad como la conocemos hoy en día, y que nos recuerdan quiénes nos parieron como comunidad y nos permitieron nuestros derechos a punta de tacones, vestidos, mucho andar e incomodar en las calles al ser una misma volcada hacia el bien social. Espero el mensaje de una existencia tan significativa nos logré inspirar en estos tiempos difíciles y nos recuerde que ser afro y ser amanerado y ser transgresor del género aún es equivalente a una muerte prematura, a un olvido aturdidor.

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera en una marcha de liberación gay. Foto a blanco y negro.
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