EL VIENTO QUE CORRE ENTRE LOS PILARES DE NUESTRA HOMOFOBIA
- Frontera Blog
- 19 jun 2020
- 6 Min. de lectura
Gustavo Cardona Mora
Sobre la tradición oral y cómo aún existe un odio sin sentido.

Cornelis Cornelisz. van Haarlem, The Baptism of Christ (1588).
Como latinoamericano con una familia nuclear extendida (crecido en el seno y cariño de mis padres, abuelos maternos y con una tía y una hermana muy cercanas) crecí escuchando las historias y dichos que condensan esa sabiduría antigua y que se antoja cuasi-milenaria: por la boca muere el pez, no todo lo que brilla es oro, a caballo regalado no se le mira el diente, camarón que se duerme no muere en guerra… ah, no, ¿cómo era? Esta especie de proverbios latinos que las nuevas generaciones parecemos ir dejando de lado, a mí siempre me han parecido lo más cercano que tenemos a una magia común, a acertijos secretos y a las claves para comprender el flujo errático de la vida; en fin, siempre me han maravillado tanto en su composición que me parecen de lo más convincentes y siempre los he tomado como verdades irrefutables que traigo a colación por uno en específico que suscitó en mí el interés y la reflexión para querer hablar de mitos griegos en nuestra conmemoración del mes del orgullo queer: Todo tiempo pasado fue mejor. Sin duda, la belleza y simpleza que exuda este refrán hizo que desde pequeño me dejase encantar y engatusar por el estado constante de nostalgia y añoranza que en sus palabras se percibe: la espera del regreso de un pasado idealizado que pueda salvarnos de un crudo presente implacable.
Si bien el dicho merece un análisis responsable y extendido, al no ser ese el objetivo principal de estas páginas, me temo que tendré que dejar que por ahora cada quien despierte su propia vena curiosa en buscar o por sí mismo pensar en los significados, orígenes, uso y composición de esta manera de comunicación tan curiosa. Lo que sí diré es que el deseo incesante de tiempos pasados mejores me hizo recordar, mientras agregaba mis hashtags de #pride, #bianproud, y #gayrightsarehumanrights, aquel antiguo e idealizado pasado occidental que fue la edad clásica de pensadores ilustres, cultura, civilización y diversidad sexual. No estoy muy a favor de la idealización de esta edad, e irónicamente, la idealización que mencionaba antes sobre los dichos conecta bien con mi postura referente a lo clásico: los pensadores ilustres vendieron la idea de verdades absolutas como si aquello realmente existiera y la verdad no fuese variable y adaptable al contexto, la creencia y lo socio-culturalmente aceptado. Ese pensar de verdades inamovibles es la máxima de muchos discursos de poder opresivos para justificar su superioridad y plantear un ideal óptimo al que se debe aspirar al mismo tiempo que se rechaza vehemente el cambio. Aún con esto, es innegable que la añoranza para los miembros de la comunidad LGBTIQ+ de esa era clásica en la que hasta los dioses eran abiertamente queer existe y es constante debido a la realidad presente en dónde nuestras identidades y orientaciones aún se señalan de manera negativa y dónde reafirmarnos parece aún una lucha constante.

Juan de Parma, El rapto de Ganimedes (1778).
Son bien conocidos los ejemplos de Ganímedes, raptado por el lascivo Zeus tras haber quedado este último prendado de la belleza del joven príncipe troyano, llevándolo al olimpo para servir como copero de los dioses y teniendo así cerca a su amante. O bien podríamos hablar de la ya demasiado conversada relación entre Patroclo y Aquíles, a quienes varias lecturas apuntan como amantes aparte de primos. Recuerdo cuando cursé clásicos grecolatinos que mi profesor, mientras trabajábamos en La Ilíada, refiriéndose a estas lecturas nos comentaba que él no creía que eso fuese cierto; y antes de que, como yo, se lancen mentalmente en contra de mi profe con picos, antorchas y una bandera arcoíris amarrada al cuello, es bueno aclarar que su razón para no ver esta relación fue casi otro refrán que cargo hasta el día de hoy: Los griegos eran tan abiertos y aceptaban tanto la homosexualidad que, de haber dicha relación, se diría expresamente en La Ilíada sin problema alguno, sin tener que dar pistas o que fuese una conclusión sin más.
No pienso tampoco extenderme a alargar un debate de si esta relación es o no realmente un romance, eso no viene al caso ya que lo que es para mí importante recalcar es entender que la segregación y la discriminación hacia la diversidad sexual, y en realidad cualquier tipo de discriminación, no es por la ruptura de lo que debería ser “normal”, sino por la visión de lo que una sociedad acepta y lo que no. La homofobia, el racismo, el sexismo, la xenofobia y cuanta manera de discriminación pueda pensarse no es más que el resultado de cimientos sociales, las llamadas “verdades y normas” a las que se les ha dado primacía normalmente para seguir los intereses de los grupos de poder. La cultura griega, politeísta como era, creía en la diversidad y en la cabida de distintas fuerzas y poderes, en contraste, el cristianismo y su visión monoteísta no vela por la pluralidad, sino por una única identidad que se considera perfecta y a la que hay que aspirar, y tras esta imagen rechazan todo lo que no se le parezca, todo lo que se considere externo. Esto no es un ataque a creencias religiosas, esa diversidad también me parece bella y necesaria, es más bien un afán propio por comprender que la pluralidad de visiones, de entendimientos y de creencias abren el panorama al interés por el otro y a considerar la diferencia como una oportunidad y un bello matiz más que como una amenaza y la razón para detestarnos el uno al otro.

Jean Broc, La muerte de Jacinto (1801).
Entendiendo esto, quería compartir el que me parece a mí quizá el mito más bello y reflejo de la normalización de la homosexualidad para el entendimiento de los griegos clásicos: El joven Jacinto. Se cuenta que la belleza de Jacinto era tal que logró cautivar a dos deidades, por un lado, el olímpico Apolo, y por otro, Céfiro, conocido como el viendo del oeste. Jacinto pasaba su tiempo divirtiéndose volando por los cielos con Céfiro y luego deleitándose con las tonadas y enseñanzas de Apolo, con quien comenzó a volverse cada vez más y más cercano y empezó a dejar de lado de Céfiro. Un día, Apolo y Jacinto decidieron ir a practicar el lanzamiento de disco, y tras una impresionante demostración del dios, y Jacinto preparado para recibir el disco y regresarlo, Céfiro, movido por los celos, desvió la trayectoria del disco, lo que resultó en este dando contra el suelo, rebotando, y golpeando la cabeza de Jacinto con tal violencia que este murió en los brazos de un impotente Apolo. De las gotas de sangre que brotaron de la cabeza del joven, nacieron unas bellas flores que cada primavera recordaban al dios de su pérdida, pero que le alegraba ver en recuerdo del bello mortal, que luego se conocieron como jacintos.
Triste y trágico como suena, el mito de Jacinto representa una consideración igual de las relaciones y la apreciación de la belleza para los griegos independientemente del género del objetivo de sus deseos, y el plasmar las relaciones aún entre hombres llenas de cariño, maravilla y celos, también, es una representación real de cómo estas se ven bañadas de todo aspecto, positivo y negativo, de los que una relación heterosexual presenta. Quizá una de las cosas que peca la representación actual de las relaciones homosexuales en los medios es presentarlas un tanto demasiado perfectas, idealizadas; un hecho comprensible cuando se quiere resignificar la imagen de una expresión de afecto que hasta antes de esta apertura era ridiculizada, deslegitimada y peyorativamente descalificada como inferior e indeseable. En un afán por mostrar la atracción no heteronormativa como positiva y normalizarla, hemos estado cayendo demasiado en una representación demasiado sana, excesivamente carente de complejidades y/o complicaciones. Por su parte, el mito de Jacinto posee todo elemento que cualquier otro mito, protagonizado por una pareja heterosexual, pudiera presentar: tragedia, celos, belleza, amor, origen, deidades y conexión con la naturaleza, por mencionar algunos de esos elementos. Y es que el que todas las partes en la relación sean hombres no afecta de ninguna manera, no es necesario entrar a pensar en las “condiciones” de una atracción del dios por un bello joven, porque tales condiciones no se consideran distintas a la que sentiría por una hermosa doncella.
Espero realmente el día en el que la sociedad actual pueda volver a ese hipotético pasado ideal, que añoro con constancia desde este presente con barreras, en el que se entienda el amor y todo aspecto de este como igual, como natural. Porque el ser humano busca amar y ser amado, de tantas maneras, con tanta fuerza, que de allí nacen sus actos más desinteresados y también sus deseos más egoístas.

Menelao llevando el cuerpo de Patroclo.
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