top of page

CRISTALES Y CHICOS GUAPOS

  • Foto del escritor: Frontera Blog
    Frontera Blog
  • 10 jun 2020
  • 7 Min. de lectura
Andrés Felipe Cadavid Herrera

Sobre el odio interiorizado, la culpa y ese equipaje al que nos obliga a cargar por ser o amar distinto.


ree


A lo largo de la historia, las sociedades han atravesado distintas crisis y por más que se piense siempre que la humanidad seguirá un camino recto, ya que aprendió de sus errores del pasado y aún, por más que los futurólogos hagan su trabajo, en algún punto algo nos hará detenernos. El creer que no es una idea consoladora, aunque falsa; la crisis siempre estará allí, cerca de nosotros, acechándonos en el silencio de un mundo que nunca está listo. Las distintas civilizaciones que han habitado este planeta en sus miles de años, en algún momento se vieron obligadas a parar; entre los años 1346 y 1353, la Peste Bubónica azotó a todo el continente europeo, donde se aproxima que se redujo el número de habitantes en más del 30%; sin embargo, se empezó a comprender un poco sobre higiene y finalmente se supo que los judíos no fueron los culpables. Cientos de años después, entre los ochenta y noventa, del siglo pasado, una nueva epidemia invadió a todo el mundo, dejando hasta la fecha más de 36.000.000 de muertos. Eran dos caras: un virus, una enfermedad y una sola pandemia. Se trataba del VIH/SIDA, esos dos estados que pusieron en tensión a todo el planeta, haciéndonos repensar a todos nuestras prácticas sexuales y el por qué es importante el condón, su manera más efectiva de prevenirlo. Aunque también marcó un momento en que múltiples movimientos homosexuales pedían a los entes gubernamentales que se manifestasen sobre este virus que cobraba mes tras mes la vida de centenares de miembros de la comunidad y se iba convirtiendo en una lucha de reconocimiento, los homosexuales se estaban muriendo y nadie quería hablar de ello. Ahora, en el 2020 y con una nueva pandemia, también los gais continúan muriéndose, pero no de Covid-19, sino de una nueva crisis. Parece que los gais todo el tiempo nos estamos muriendo.


En enero de este año, Jim Mangia publicó un artículo en el diario The New York Times llamado: Gay men are dying from a crisis we’re not talking about (2020)[1]Los hombres homosexuales están muriendo por una crisis de la que no estamos hablando –, allí él se manifiesta sobre esta manera de tener relaciones sexuales con ayuda de drogas sintéticas, una práctica que, pese a no ser exclusivamente gay, es en esta comunidad donde ha encontrado su nicho más grande. Mangia contó la historia de su vida en los ochenta cuando veía amigos y amantes morir a causa del sida, pero también narró unos hechos recientes en relación a un amigo suyo que falleció por una sobredosis de mefedrona, una sustancia psicotrópica cuyos efectos son parecidos a la cocaína y que se toma por vía oral o esnifada. Hasta ahí todo pinta normal, e incluso, mientras leía el comienzo del artículo, un pensamiento circulaba por mi mente y creía que como tantas veces, leía un discurso conservador sobre el sexo. Sin embargo, al seguir con la lectura me encontré con esta frase: “los hombres homosexuales luchan con la aceptación de manera que los hombres heterosexuales no tienen que hacerlo” y no pude evitar pensar que es cierto, en las veces que amigos me contaban esas experiencias tétricas, pero tan simples en un mundo de heteros: al que lo insultaron por agarrar la mano de su novio en la vía pública, la amiga que su madre le dijo que la prefería muerta antes que lesbiana y también, de ese amigo que les ha contado sobre su orientación sexual a sus padres más de dos veces y aún preguntan por la novia. A su vez, en algún momento de mi vida he sido todos ellos y he visto mis años pasar en eso de las comparaciones, en pensar mi vida si la elección de esa alteración salvaje a mi serotonina, dopamina y oxitocina, bien llamada amor, fuese solo un asunto intrínseco y que por gustar distinto, no se me tuviera que cuestionar todo el tiempo.


Jim Mangia habla sobre esta aceptación y cómo es que en las minorías esto resulta ser tan complejo, un asunto al que hombres blancos y heterosexuales no suelen enfrentarse mucho, pues el mundo parece estar moldeado en pro de ellos. En el artículo, se nos presenta el slam como una de estas maneras de tener sexo, que de acuerdo con Apoyo Positivo (2014)[2], es una práctica a través de diferentes sustancias psicotrópicas, en especial la ya mencionada mefedrona y cuyos efectos son descritos por los usuarios como una sensación de euforia, incremento de la energía, sensación de estimulación, estado de alerta, urgencia de habla, mejora de la función mental, aumento de la percepción de la música, disminución de sentimientos hostiles, estimulación sexual, entre otros. Casi que la visita al País de las Maravillas, eso representa para muchos el slam, es un salto al mar del placer, de ir y no querer regresar, y es ahí el conflicto más grande que destaca Mangia: los que se quedaron allí, en ese Wonderland.


Intentar explicar el por qué muchos hombres gais recurren a estas prácticas sería ahondar directamente en el prejuicio y sobre esos imaginarios de la promiscuidad, tan dañinos respecto a una expresión tan natural del ser, como lo es el sexo. Hay que recordar que durante años las prácticas sexuales gais eran temas de lo más clandestinos, ese secreto escabroso del que nadie se atrevía a hablar; lo que parecía ser una inexistencia para un joven gay tímido de los años 90 o principios del 2000. Sin embargo, en la década pasada aparecieron aplicaciones como Grindr o Scruff, que han facilitado estos encuentros: se puede tener sexo en cuestión de minutos y sólo con intercambiar una cantidad ínfima de mensajes con un desconocido. Bienaventurados podríamos considerarnos en esta época, en donde pese a la discriminación y que la lucha LGBTIQ+ sigue vigente, por lo menos en algunos países ya se castiga más la homofobia que la homosexualidad. Aunque todo no es color de rosa, y aplicaciones como Grindr, en donde parece que casi que sarcásticamente el logotipo es un antifaz de zorro amarillo, esa invitación al secreto y a la lujuria ajena, refuerzan un montón de estigmas. También hay que comentar que dicha App no es sólo la apertura a conocer nuevas personas o conseguir sexo de manera más veloz, porque allí también hay otro mercado en que se vende desde Poppers, marihuana y hasta los famosos cristales.


No estoy en contra de las aplicaciones como Grindr, entiendo que se me pudiese leer de esta manera y a decir verdad siempre he sido un poco retraído en esos temas, quizá por el miedo o esa homofobia interiorizada con la que aún batallo. Sin embargo, más allá de criticarla, remarco que en que las veces que entré a ese sitio vi allí todos los tópicos con que se nos han comparado toda la vida. No puedo negar que un aspecto de la vida gay siempre ha estado marcado por el prejuicio, radicado en esa creencia al hedonismo, el libre albedrío del sexo. Aunque no quiero culpar a la aplicación o las mismas personas que están allí, sería un error, porque en palabras de Mangia:

Nos presionamos intensamente para ser delgados, calientes y tener mucho sexo. Además, aunque la sociedad es significantemente más abierta de lo que lo era hace 10 años, muchos hombres homosexuales aún batallan con la discriminación, la violencia y nuestra propia homofobia internalizada, lo que acarrea el que las drogas pueden resultar un escape para muchos.

Desde el momento en que nacemos, a muchos se nos presenta la vista de un mundo dividido entre personas buenas y malas, en mi caso, y tal vez por la desinformación que existía en mi entorno, crecí pensando que algo andaba mal conmigo desde que un día vi una película en que dos vaqueros de los años sesenta se descubrían estando atraídos el uno por el otro[3], y justo cuando se besaron en aquella carpa, me pareció la mayor representación estética del amor que hasta mis escasos seis años hubiese visto. Después, por años, nació esa necesidad de ocultarme y de engañarme. De eso precisamente es lo que nos hablaba Jim, de esa homofobia interna que nos acompaña por tanto tiempo, de las inseguridades tontas y sobre cómo remediamos eso, a través de estos escapes. Aunque qué clase de escapes son estos donde, por ejemplo, en el Reino Unido, un hombre en una fiesta sexual murió a causa de una sobredosis de mefradona, pero su cuerpo estuvo allí los días que duró esa euforia. Ahora pienso en él y no estoy seguro de si fue un hombre triste o feliz, de si vivía en ese clóset imaginario o si tenía amigos, novio o cómo era su relación con sus padres. Lo imagino allí tirado, muriendo y en vista de todos, siendo ignorado y su cuerpo ahí, como un trozo de carne descompuesto.

[4]


Sylvia Plath una vez dijo que su mayor tragedia fue haber nacido mujer, yo mismo alteré por años esa frase, amoldándola a: mi mayor tragedia había sido ser gay. Sin embargo, un día y once años más tarde, veía otra película en que dos hombres se reencontraban y el uno le dice al otro que él ha sido la única persona que lo ha tocado, una carga que lo persiguió desde adolescente y debía expresársela, pero que para hacerlo tuvo que negarse a él mismo por mucho tiempo y batallar con esos demonios apabullantes: la sociedad y uno mismo. Finalmente cuando veía a Chiron y Kevin abrazados [4], entendí qué es eso del odio interiorizado y de esas culpas inútiles con las que muchos gais cargamos, y es por esto que el artículo de Jim Mangia pega fuerte, porque habla de esa realidad de que somos destructivos, de que todo el tiempo estamos buscamos respuestas por medio de otros, en situaciones extravagantes y ajenos a nosotros. Una lucha que no inició en Stonwall, en 1969, sino que siempre ha estado y estará en quienes se atrevan a ser diferentes.


ree

Este artículo fue realizado con el siguiente apoyo bibliográfico:

[1] Mangia, J. (2020). Gay Men Are Dying From a Crisis We’re Not Talking About. Recuperado de: https://www.nytimes.com/2020/01/22/opinion/gay-meth-addiction.html

[2] Apoyo Positivo. (2014). “Slam”, un golpe de alto riesgo. Recuperado de: https://apoyopositivo.org/blog/apoyo-positivo/slam-un-golpe-de-alto-riesgo/

[3] Allí es mencionada la película: Brokeback Mountain (2005), del director Ang Lee.

[5] Allí es mencionada la película: Moonlight (2016), del director Barry Jenkins.


Comments


bottom of page