BALI MAN
- Frontera Blog
- 17 jun 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 18 jun 2020
Sara Uribe Cortés
Una reseña sobre el poder de la fotografía, de las camisas con estampado y de hacer las paces con el pasado de quienes alguna vez amamos.
Escucha aquí esta reseña.

Título: Dear ex.
Directores: Mag Hsu, Hsu Chih-yen.
Año de publicación: 2018.
Duración: 1h 40m
Productores: Lu Shih-yuan, Maggie Pan.
Azul celeste y rosa pastel. Estampados de tigres y un pequeño apartamento a reventar de baratijas como el ático de un buhonero bohemio. La película taiwanesa de 2018 Dear ex no fue mi primera opción al rebuscar producciones LGBTIQ+ sobre las que hablar para este mes del orgullo. Mas una fugaz recomendación de Netflix bastó para traer a mi memoria la dicha y dócil comunión de ver este film con mi madre hace un año, arrunchadas en la cama y sin muchas expectativas.
De entrada nos presentan la vida cotidiana de Song Cheng-xi y su neurasténica madre Sanlian, una mujer bajita de tez cual paté blanco y los nervios levitando sobre la piel. Su padre había muerto de cáncer hacía relativamente poco, pero no en su hogar ni bajo los cuidados de su familia, ya que al enfermar el hombre había decidido refugiarse con su amante Jay, un actor y vividor estereotípico con quien guardó una relación secreta antes de casarse, y a quien recurre en sus últimos momentos para, me imagino, morir siendo más sincero consigo mismo. En Taiwán la discriminación hacia la comunidad LGBTIQ+ no es especialmente deplorable, siendo incluso el primer país de Asia en legalizar el matrimonio homosexual el 17 de mayo de 2019, justo el día contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia; sin embargo, vemos a una mujer que busca la perfección en su familia, abandonada en primera instancia por su marido enfermo sin ninguna fuerte sospecha de su homosexualidad, y que a su muerte lo único que espera de él es la pensión a la que tiene derecho por su unión legal. Herencia que se le es negada al testamento de su esposo expresar que todas sus posesiones y dinero irían a Jay, quien no tiene idea de ello. Empieza entonces una disputa entre los opuestos más extremos imaginables: una viuda sobreprotectora de su hijo y de un nerviosismo debilitante que le reclama a un actor de vida distendida, de tonos rojizos cálidos y sin paciencia para las complicaciones de una señora que se siente traicionada por quien fuera su pareja. Sanlian lo acusa de haberse robado su dinero, y Jay no da crédito a ninguno de los señalamientos. En medio de los enfrentamientos termina Song, un muchacho verdaderamente fastidioso y sin ninguna cualidad particular, que en un arrebato de frustración con su agobiante madre decide irse con el amante de su padre, un hombre desvergonzado e infame a su parecer. La relación de estos dos no es un homecoming con la homosexualidad de mi padre express, y ninguno cree tener espacio en su mediocre vida para el otro. Aún así, como lo requieren las películas, tiene lugar una resolución del conflicto: el tedioso Song se da cuenta del amor y preocupación sincera que le guardó Jay a su padre, Jay que no es una ramera ni un puto homosexual y que con toda la delicadeza que le era posible consoló la enfermedad de su amado, y que con todo el dolor al que se tiene derecho como amante, lloró la partida de este. Ayudando a Jay a montar por segunda vez la obra que décadas atrás había puesto en escena este junto a su papá, a Song se le empiezan a revelar nuevos aspectos de la vida de su progenitor que le habían sido ajenos al nunca haber sido cercanos. Paralelamente, Sanlian se encuentra a sí misma en una encrucijada: el querido de su esposo y su hijo, la pensión a la cual se siente intitulada, los viscosos sentimientos de engaño y felonía que la atosigan al pensar en su matrimonio como una obra de teatro de ajadas sombras. Madre e hijo discuten, no se soportan, no logran comunicarse, y se enfrentan a la imposibilidad del otro, al igual que Jay se encara con la muerte de su amante y el problema inusitado de la familia que este dejo atrás. Tales tensiones y desencantos acalorados se solventan en el clímax sostenido y funesto que es el début remasterizado por Jay de la obra del padre de Song. Todo sale tan mal que recuerdo decirle a mi madre lo patético y triste de la escena, la poca resolución que anticipaba para los personajes. Sin embargo, y tal como ella me aseguró, es mediante esta puesta en escena desastrosa e incómoda que los personajes logran cierta paz, rinden cierto homenaje a la pérdida que sufrieron en su vida: la pérdida de su padre, de su esposo, de su amado. La música me resultó tan gentil, tan preciosa a pesar de no comprenderla (el lenguaje original de la película es el mandarín); y la contrastada y aguda fotografía de todo el film se me antojó aún más hermosa y diáfana en ese instante consumado.

La forma en que Dear ex pone a interactuar personajes dispares y por ende entretenidos alrededor de un tema tan espinoso como la homosexualidad no conocida o ‘inoportuna’ del padre y la pareja romántica, junto a la posterior reconstrucción de quién fuera para una ese hombre con una vida completamente distinta a la sabida es en partes iguales emotiva y cómica. Una bocanada de aire fresco la composición de sus personajes, que no son arquetipos de la madre amorosa y bien puesta que se destempla momentáneamente ante la alevosía de su marido, pero que acepta al final todo con excesivo contento; ni del hijo mejor amigo de su padre que queda a la deriva y desamparado a su muerte, por lo que pretende recorrer sus pasos para hacer las paces con su ausencia y con lo que le era desconocido de su carácter; mucho menos del amante homosexual enclosetado que se cree sin derecho a llorar y velar por quien amó. Son individuos muchas veces molestos, pesados, cansados, desorientados, tangibles en su cotidianidad. Una película que pone en evidencia los efectos de una sexualidad disimulada para una familia, igualmente que muestra la historia de amor de dos hombres y nos recuerda que no son los homosexuales, ni ningún individuo de la comunidad LGBTIQ+, cortos de cariño o indiferentes a un amor más estable. Por el contrario, los lazos y las relaciones románticas poseen el mismo valor en sus vidas que en las de cualquier persona heterosexual, y cuando el ser con quien se compartía esos sentimientos muere, solo queda cantar, sin entender mucho de mandarín, Baliiiii man…

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